PLUMAS SIN TINTA NI VOZ
Estaba cansada de escuchar que los First Nations eran unos alcohólicos, sucios, y que no valoraban lo que el gobierno les daba gratis. ¿Y quiénes eran los First Nations? Los nativos canadienses o los indígenas. Pero a los norteamericanos no les gusta llamarlos indígenas. Según ellos, Colón no llegó a Norteamérica. Y por tanto, nadie los confundió con gente de la India. En la década de los ochenta pasaron a llamarse First Nations para diferenciarse del otro polo del continente. Del Sud. Donde Cristóbal Colón sí llegó.
Otros también aseguran que ésta es una forma de denominación más respetuosa. El uso del término First Nations no está legalizado en el país pero, aún así, es el que más se suele emplear.
No lo voy a negar. Vi muchos de ellos viviendo en la calle, con problemas de alcoholismo y drogadicción. Los vi pidiendo comida o recogiendo las sobras de las hamburguesas en un McDonalds. Me llamó tanto la atención que empecé a leer, a ver documentales y a intentar conocer qué era lo que le estaba pasando a esta comunidad.
Me preguntaba cómo era posible que, después de tantos años, todavía existiera tanta diferencia entre ser nativo y no serlo. Un bando enfrentado al otro. ¿Por qué los nativos no se habían acostumbrado a la vida moderna como todos los demás? ¿Cuál era el motivo por el que no habían asimilado la cultura europea-canadiense? ¿Por qué después de tantos años no cerraban ya el capítulo de “nos han invadido”?
La crueldad hacia los First Nations es muy reciente. Para empezar, durante siglos, fueron expulsados de sus territorios y recolocados en otros lugares. Y si en algún momento los gobiernos decidían explotar ese terreno, otra vez, los volvían a echar de allí. Hubo matanzas, exterminios, hasta incluso reconocimientos por la cabeza de los indígenas. Y estamos hablando del siglo pasado.
Pero desde luego el más reciente macabro escenario fue cuando en 1876 se les ocurrió la brillante idea de arrancar a todos los niños de entre 6 y 15 años de sus familias. Los encerraron en escuelas residenciales-industriales. Porque según su teoría, si los niños no tenían contacto con sus familiares y les enseñaban sus propias doctrinas religiosas, al final la comunidad indígena acabaría cediendo y serían más “civilizados”. Internaron a todos los niños en estos centros donde se les inculcó la religión cristiana (anglicana y metodista), les enseñaron a hablar en inglés, a trabajar como mano de obra y les prohibieron hablar en su lengua o manifestar alguna de sus creencias indígenas.
Este sistema duró hasta 1996 que fue cuando la última escuela cerró. Hace tan solo veinte años. Y fue un total fracaso. Estas escuelas resultaron ser verdaderos infiernos para los niños. Apenas podían recibir la visita de sus familiares y siempre debía ser ante la presencia de alguna autoridad religiosa. Pero no solo abusaron de este secuestro. Porque esto es un secuestro en toda regla. Sino que la malnutrición y las enfermedades eran el pan de cada día. Y los abusos sexuales eran constantes. Según las estadísticas, en la provincia de Ontario moría el 20 por ciento de los niños y en la provincia de Alberta el 50 por cien de ellos. Por eso, en muchas ocasiones se califica este episodio como genocidio u holocausto canadiense.
Como es de esperar, todo esto, dejó una gran marca en la comunidad. Muchos de esos niños tienen ahora entre 40 y 80 años. Y, según un estudio que se realizó recientemente, sufren grandes problemas de alcoholismo, drogadicción, trastornos mentales, violencia, delitos de abusos sexuales y hasta suicidios.
Se están popularizando cada vez más los testimonios de las víctimas de las escuelas residenciales. Un ejemplo, es el bestseller de Wab Kinew, The reason you walk. En el libro revive la experiencia de su padre en uno de estos centros, donde fue maltratado y sufrió abusos sexuales.
El Gobierno de Canadá reaccionó en 2008. Si, lo lees bien: 2008. Hace tan solo catorce años. Y en un comunicado público, donde invitó a varios representantes de los First Nations, pidió disculpas en nombre de todo el país por estas atrocidades.
Pero el problema no termina con una disculpa. Los First Nations son personas con valores basados en el colectivo y en respetar a la naturaleza. A veces, les han ofrecido millones de dólares por explotar sus tierras y se han negado. Porque en sus principios no cabe el dinero sino el respeto hacia las personas y a todo cuanto les rodea. Según su juicio, las empresas dañan demasiado la tierra cortando árboles sin control y manipulando terrenos por ambición y dinero. Y los gobiernos callan y no detienen esta crueldad. Pero este es un mundo capitalista donde el dinero va por encima de todo y no hay tregua si se trata de ganar y aumentar el poder adquisitivo. Y ellos no entienden este hambre de billetes de papel.
Canadá tiene fama de ser un país abierto. Un país donde cada vez hay más personas de la India, de Pakistán, de Venezuela, de Chile, de Brasil, de China, de Corea, por no hablar de los inmigrantes que llegaron primero de Alemania y Reino Unido. Y hay una política de integración muy buena. Y todas las religiones y culturas son bienvenidas. Por eso te puedes encontrar tanto mezquitas; como centros hindús; como iglesias varias; o incluso, cementerios chinos. Y yo me pregunto: ¿Dónde caben los First Nations en esta lista tan larga? ¿Dónde está ahora ese país que integra culturas?
Hablamos de una comunidad que fue humillada durante siglos y que, hoy en día, no puede encontrar su lugar. De una comunidad que no es bienvenida a su propia casa. Porque si lo llegas a entender bien: En este país caben todos, menos sus propios dueños.
Los First Nations se encuentran ahora mismo en una encrucijada en la que no pueden volver y defender los valores que sus antepasados les inculcaron, pero les resulta muy difícil que se les valore igual si deciden amoldarse a la nueva cultura del capitalismo. El Gobierno de Canadá destina fondos a la comunidad indígena “en compensación” por expropiarlos sus tierras. Pero no todos ellos son aptos para recibir esa cantidad de dinero. Y cada vez lo son menos.
La complicada situación de los First Nations es uno de los mayores problemas que existen en Canadá. Y el Gobierno se encuentra con la espina de no ser capaz de solucionar esta disyuntiva. Por eso, muchas veces prefiere mirar hacia otro lado. Y ofrecer a la prensa internacional una imagen más bonita, un Canadá más unido y abierto a recibir a todo el mundo.
¿Pero de quién es la culpa? El egocentrismo de pensar que lo nuestro es lo verdadero, la terquedad de tener el derecho a decirles a los demás lo que deben hacer. El poco respeto a lo diferente. La cultura del poderoso y la de ganar. Esa es la vara que más ha mandado en la historia. La lucha por trozos de tierra, la ganancia de expropiar. Y, todo esto, ligado ahora también a una globalización que va en auge. Y donde poco a poco nos vamos convirtiendo en copias. Y la diversidad cultural disminuye.
Tampoco pretendo crear polémica. No hay buenos ni malos en esta película. Cada uno defiende sus intereses. Solo intento subrayar a los que siempre salen perdiendo. Como en todos los lugares del mundo: la minoría. Los que pelean con principios humildes y no con armas, los que cargan con miradas frustradas, o los nadies, como diría Eduardo Galeano. Pero los First Nations, a pesar de todas las humillaciones, siguen luchando a día de hoy por tener voz. Para que nadie les arrebate su identidad. Porque puede que detrás de este mundo eminentemente tan globalizado, quede algún trozo de tierra donde poder asomarnos para ver autenticidad. Y que no quede esto, relegado en pequeñas descripciones en los museos del futuro.